En España, el fútbol es cuestión de Estado, alta política mezclada con las bajas pasiones del gol. Siempre ha sido así, desde el nacimiento de los primeros clubes en Bilbao, Barcelona y Madrid. Para los nacionalismos vasco, catalán y español, el fútbol es un gran altavoz que sacude los sentimientos de pertenencia. En los últimos cien años, el debate identitario se ha trasladado de los mítines a los estadios. Durante el franquismo, el Real Madrid fue el guardián de las esencias patrias –hoy otros equipos españoles han asumido también ese papel– y el Barça se ha consolidado como símbolo del catalanismo. En Euskadi, el PNV y la izquierda abertzale descubrieron la potencialidades políticas del balón. Hoy, la autodeterminación futbolística es compañera de la reivindicación del derecho a decidir. Además, suele olvidarse que, en el Estado, la primera selección en crearse fue la catalana, que la Liga nació de una propuesta vasca o que España se apropió del mito de la “furia” del Athlétic de Bilbao. Políticos y futbolistas desfilan por estas páginas cargadas de goles, sorpresas y de selecciones prohibidas.
«El fútbol es un arma política de primer orden en todo el mundo. También en Euskadi, en Cataluña y en España. Nadie es inocente. Todos llevamos
una camiseta con nuestros colores del alma adherida a la piel».