Audrey Hepburn se deslizaba por la pantalla con la frescura y agilidad de una gacela. Tenía
gracia, encanto, sofisticación e indudable personalidad.No parecía de carne y hueso. Tal vez
fuera por su cara angelical, de mirada dulce, profunda y sugerente; o por su cuello de cisne,
prólogo de una estilizada silueta; o quizá por sus gestos finos y delicados. Lo cierto es que
Audrey fue, sobre todo al principio de su carrera, una adorable princesa de cuento de hadas,
siempre elegante y distinguida, rodeada de exquisitos perfumes, de lujosos decorados, de
vestidos suntuosos. En una época dominada por las actrices de formas voluptuosas, ella lanzó
la moda del pelo corto, la extrema delgadez, los pantalones piratas y los zapatos sin tacón.
Su éxito fue espectacular. Todas las chicas querían vestirse y peinarse como ella. Todas querían
vivir el cuento de hadas de Sabrina. Con sus ojos enormes e hipnóticos, una sonrisa que
surgía de improviso, unas maneras conmovedoramente inseguras y una voz gutural altamente
peculiar, Miss Hepburn conquistó a todos. Conquistó a Billy Wilder, a William Wyler, a
Stanley Donen, a Fred Zinneman, a Blake Edwards, a George Cukor..., pero sobre todo, conquistó
a los espectadores.