Rita Levi-Montalcini ha aspirado siempre a conciliar dos aspiraciones irreconciliables (según el gran poeta Yeats): la perfección en la vida o la perfección en el trabajo. Lo logró optando por cierta imperfección en la vida y en el trabajo. Y al descubrir el placer que le procuraban ambas actividades, descubrió que eso, la imperfección, era lo que más se ajustaba a la naturaleza humana.
Nacida en el seno de una familia judía -no ortodoxa pero sí practicante-, Levi-Montalcini vivió su infancia en Turín, mientras se libraba la primera guerra mundial, y se empeñó en matricularse en medicina en 1930 para doctorarse en neurocirugía. Ayudante del eminente histólogo Guiseppe Levi, montó un laboratorio en su propia casa cuando las leyes raciales de la Italia fascista le impidieron proseguir sus investigaciones. Acabada la segunda guerra mundial, y durante treinta años, investigó en la Universidad de Washington en Saint Louis, y el descubrimiento del factor del crecimiento nervioso (NGF) le valió en 1986 el Premio Nobel de Medicina. En Elogio de la imperfección, la conocida neuróloga hace un apasionado balance de su trayectoria profesional y vital, una odisea que recorre todo un siglo.