Dicen que Roma es la Ciudad Eterna, tal vez porque el tiempo la atraviesa con lentitud. Es caótica y, sin embargo, pausadamente melancólica. Acumula un escepticismo de siglos pero mantiene la luminosa viveza del Mediterráneo. Es una ciudad en la que abundan los lugares y los instantes mágicos.
En sus páginas encontrará el lector un montón de estupendas historias, personajes, momentos y escenarios romanos: los gatos, las pinturas de Caravaggio, la casa y la tumba del poeta Keats, la cocina de casquería, la mejor pizzería, el lugar en el que se bebe el café más sublime del mundo, la burocracia, Alberto Sordi, el cadáver de Aldo Moro, la historia de un marqués perverso, mirón, asesino y suicida, el periplo de un paquete que recorre medio mundo y vuelve a Roma gracias al disparatado servicio de correos, los papas, Berlusconi y sus emisarios, una iglesia en la que nadie quiere casarse, las fórmulas de cortesía, el fútbol, la mamma, las conspiraciones, el sastre de los papas, las barberías, los palacios, las vírgenes, los santos y los milagros, la cúpula de San Pedro entre la niebla...
Roma, la ciudad que se añora a sí misma, la ciudad en la que todavía se vislumbran escenas que deberían ser en blanco y negro, retratada por un autor que ya nos regaló sus estupendas visiones de Londres y Nueva York.