No es de extrañar que en su primer libro para niños Peter Verhelst reescriba un cuento, pues su obra está imbuida de ellos. A primera vista parece tratarse de una adaptación poco significativa de "El ruiseñor": el argumento resulta perfectamente reconocible, los principales personajes se mantienen y hasta se respeta la moraleja de Andersen. Sin embargo, las apariencias engañan. Bajo la superficie se esconden un sinfín de elementos novedosos y sugerentes. No cabe duda de que una lectura asociativa y creativa aportará mucho más al lector que la mera búsqueda de sentido.
Peter Verhelst demuestra ser un narrador nato. El trepidante dinamismo y el ritmo vertiginoso de su pluma imprimen un sello muy personal al relato de Andersen y logran implicar a fondo al lector. El autor añade ingredientes narrativos, cambia la perspectiva, relata una historia cuajada de gritos, susurros, risas, bromas y profundas reflexiones. El lenguaje posee un enorme poder visual y el tono es variado y dramático. Las frecuentes repeticiones de palabras y frases confieren al texto un ritmo enérgico y fluido, a la vez que las reiteradas variaciones sobre un mismo inventario de ideas y motivos redundan en beneficio de la cadencia temática. Por todo ello el cuento invita a una lectura teatral en voz alta, en la que el lector está llamado a acoplar la entonación al vaivén de la línea argumental. Los saltos en el tiempo y la alternancia entre acción y reflexión dan lugar a una estructura relativamente compleja para niños de corta edad, pero esto se remedia con una lectura matizada que aproveche al máximo los recursos ofrecidos por el propio autor. Es todo un reto explorar la creatividad y la inventiva de uno mismo y del niño dando lectura a este relato que, de acuerdo con la filosofía de Peter Verhelst, una vez escrito empieza a tener vida propia.