El gran escritor mexicano Juan Villoro, que fue galardonado, en 2004, con el Premio Herralde de Novela por El testigo, inició su andadura novelística en 1991 con El disparo de argón, que obtuvo el inmediato respaldo de la crítica y se tradujo al alemán y al francés.
Dos temas articulan la sugerente trama de El disparo de argón: la mirada y la ciudad. Un espacio definido les sirve de vínculo: la clínica de ojos del doctor Suárez, versión mexicana de la célebre Clínica Barraquer en Barcelona. Casa de los signos, el edificio levantado por Suárez pretende servir a la vista y a la visión, a la salud y las formas trascendentes que entran por los ojos. Pero este ideal ocurre en un México convulso, donde el tráfico de órganos es una activa variante de la economía informal. El sueño ha sido pervertido y Suárez no puede ser localizado; el gran profeta de la vista se ha vuelto invisible. Su discípulo Fernando Balmes debe buscar el hilo que lleve al maestro. Todo lo que pasa por sus ojos -la ciudad, la clínica, los otros- se somete al rigor del oftalmólogo hasta que algo nubla su horizonte: una mujer altera el cristal con que mira el mundo y una trama de sombras lo adentra en un país donde la urgencia no es curar los ojos sino venderlos.
«Con esta fábula sociofantástica y psicológica, Villoro ha realizado una bellísima, matemática y desasosegante reflexión sobre la enfermedad y lo corrompido; sobre el Enemigo y lo Invisible que acecha sin forma y sin distinción» (Mercedes Monmany, Diario 16).
«Con habilidad diabólica, el autor abre y cierra los campos superpuestos del relato como se hace con las ventanas de un ordenador» (Marie-Caroline Aubert, Le Nouvel Economiste).
«El disparo de argón logra restituir en su misma forma el trazo insojuzgable de la ciudad en la que se desarrolla, por lo demás, una singular alegoría del sistema mexicano» (Fabienne Bradu, Vuelta).
«Juan Villoro ha mostrado aquí un admirable talento narrativo a la hora de encubrir, bajo la amenidad y el desenfado, la verdadera complejidad de la novela» (Juan Antonio Masoliver Ródenas, La Vanguardia).
«El deslumbrante y analítico estilo literario del autor depende de un ritmo de posposiciones "argónicas" (argón = gas noble de reacciones lentas) que permite que el lector siga inquiriendo de manera instintiva y le sugiere que, a cada momento, el misterio será revelado» (Hans-Jürgen Schmitt, Süddeutsche Zeitung).
«Una obra maestra del lenguaje» (Frankfurter Allgemeine Zeitung).