?El visitante de museos es, por lo general, alguien a quien no le interesan los museos, alguien a quien apenas le interesa el arte. De todos es sabido que a los museos no se va a disfrutar, sino a decir que se ha ido. Es más: la visita al museo es, por principio, una verdadera experiencia funeraria. No puede ser de otra forma, dado que, en cierto sentido, todo museo es un cementerio de la cultura. Así las cosas, los vigilantes somos como los enterradores y los guías como los predicadores y charlatanes de las exequias. Por eso, la actitud de los visitantes de museos no es muy diferente de la de los visitantes de cementerios; antes bien resulta idéntica: van de un lado a otro, compungidos y desorientados, y luego se marchan para no regresar durante años. El desasosiego que producen los museos es similar al que provocan los cementerios cuando los familiares del difunto dejan flores sobre la tumba tras el sepelio. Hay que reconocerlo: a la gente no le apetece ir al museo; ir al museo no es un plan agradable para una mañana de fin de semana. Los que todavía hoy van a los museos son gente extraña: raros, inadaptados, solitarios, enfermos... Pero a mí siempre me ha interesado la gente así; yo mismo soy un inadaptado y un solitario y un enfermo. Soy indefectiblemente uno de ellos; cualquiera que me conozca, y aun sin conocerme, puede testificarlo.?