El protagonista de este libro es un hombre con preocupaciones y responsabilidades que sin duda las estadísticas de Occidente clasificarían dentro de lo común. Está separado de su mujer. Tiene un hijo al que hace años que no trata. Algo que heredar, o de lo que ser desheredado. Unos bienes, espirituales y materiales, unos ahorrillos, fruto de su propio esfuerzo. Y un trabajo, no el mejor, no el que siempre hubiera deseado, pero un trabajo. Esto le preocupa muchísimo, pues es de los que sueñan con una segunda oportunidad.
Imaginemos ahora que ese hijo que casi es sólo un recuerdo decide volver, se le mete en casa. ¿A usted le preocuparía? Precisamente en este momento en que... ¿Medrará el chico? ¿Estará bien? ¿Tendrá buenos amigos? ¡Por el amor de Dios, que no se drogue! Y todo eso ¿a mí qué me costará? En fin, nada anormal. Pero imaginemos que poco a poco se va usted hundiendo. Que se queda sin habla. Se está ahogando en un vaso de agua, le dirán. De acuerdo. Pero usted..., usted, en el fondo del vaso, ¿qué dice? ¿Tal vez es de los que, en la dificultad, pronuncia la célebre frase: «Yo puedo solo»?
Pues bien: aquí, ni «yo», ni «puedo», ni «solo».
Y, sin embargo, aunque este libro no va a contarle el período en que se queda sin habla, ni tampoco cómo la recupera (para eso tiene otros muchos libros), sino lo que pasa cuando ya la ha recuperado, es posible que encuentre en él lo que no se encuentra en las historias edificantes, esas que se recrean en la edificación pero nunca describen lo edificado. Verá el panorama de después del hundimiento, la superficie del vaso de agua, donde tal vez ahora se desate una tormenta atlántica, pero en la que usted flota, tranquilo. Derivando, quizá, hacia el «éxtasis ideal».
Intrusos y huéspedes es un libro experimental, aunque en absoluto utópico. Escandaloso y familiar a la vez, habla de una crisis, y sobre todo de sus resultados, urdiendo un explosivo balance entre la desesperación y la felicidad que desafía las expectativas del lector, la tradición del narrador deprimido del siglo XX y cualquier idea cómoda en torno al «individuo equilibrado». Lo que el lector eche en falta... tendrá que preguntarse -éticamente, psicológicamentepor qué lo echa en falta, y de este modo recuperar para la lectura su genuino valor de experiencia.