¿Cómo describir un tiempo y un lugar en el que un mismo individuo puede ser a la vez guitarrista de rock en un grupo de éxito, lector compulsivo, heroinómano, hispanista, grafómano, organizador de conciertos, periodista, investigador de Teoría Literaria, rentista, activista político, motorista outlaw y además escribir un puñado de canciones que marcan a toda una generación? Sólo puede hacerse -parece decir el autor- volviendo a usar la palabra «escritura» con todo el orgullo de la que ha sido vaciada en los últimos tiempos. Con ese objetivo, un narrador, cínico e ingenuo a la vez, repasa sus memorias haciendo que la autobiografía vaya adquiriendo y asimilando progresivamente estructuras narrativas que proceden de otros géneros literarios.
Por sus páginas -que se extienden desde 1980 hasta nuestros días- desfilan las ciudades, las ruinas de la modernidad, la crítica a todas las banderas a través de una voz cambiante que recomienda desconfiar tanto de los relatos institucionales que condenó Lyotard como de la banalización de los símbolos de la Historia que supone cualquier ficción. Es una voz vigorosa y extravagante, que reivindica las virtudes de la copia, rechaza la pedante afirmación de que la literatura ha muerto y afirma que los deberes fundamentales del escritor son decir «yo», erigirse en protagonista, dirigir la cámara, iluminar la escena, vestir a los actores e incluso, si es necesario, acomodar al público y escribir el programa de mano. Es decir: juzgar y, luego, ser juzgado por ello.
Sabino Méndez -que ha encontrado en su propia y descacharrante biografía los materiales necesarios para emprender, a través de varios libros, una especie de investigación dialéctica sobre la singularidad del narrador literarionos ofrece esta vez un vivaz abanico de trucos del oficio donde se mezclan las memorias musicales, la crónica política, el ensayo literario, la defensa personal, la reminiscencia, la parodia. Todo ello destinado a reivindicar las obras olvidadas de todos los tiempos sin las cuales no tendríamos más que una conciencia aproximada de lo que realmente constituye la humanidad.