Dentro de poco va a cumplir sesenta años y está casado con una mujer de la que nunca ha estado verdaderamente enamorado, y quizá por eso su vida ha sido -y es- sosegada, colmada de equilibrados placeres. Su notaría es una de las tres o cuatro más importantes de la ciudad, dispone de mucho más dinero del que necesita y es capaz de gastar, y por fin puede tomarse todo el tiempo libre que desee. Pero desde hace unos meses -desde la primavera, para ser más exactos, desde la siempre odiosa y cruel primavera-, ha dejado de desear. De forma gradual e inexplicable, los viajes, la música, el mar, y hasta la pintura y las mujeres, todo aquello que le había dado más placer, ha comenzado a serle indiferente. Y se pasa los días deambulando por la ciudad, o en cafés de barrio. Él creía que la vejez iba a ser achaques y la desesperación de desear algo y no tener fuerzas para conseguirlo, y no esta prolongada planicie -su médico, medio en serio medio en broma, le ha augurado al menos treinta años más de vida-, sin gozos ni dolores.
Un día que sólo quiere escapar del sol, de los primeros calores y el tumulto de la vida de los otros, entra a un bingo. Se le ocurre que no es mal lugar para dejar pasar las horas que faltan hasta que pueda volver a casa y dar por terminada la jornada. Se sienta en una mesa, solo entre la multitud y, como le sucede a menudo estos días, pensando en Ana, su primer intenso y fulgurante amor. Pero muy pronto llega la exuberante Rosa, una madura y aún atractiva binguera. Y charlatana, y muy sabia, como irá descubriendo nuestro hombre cuando ella se convierta en su guía y asesora en ese nuevo mundo cutreluxe tan diferente, tan ajeno a su vida de siempre. Una peculiar comunidad de medio pelo y vigorosas alegrías, que le ofrecerá la posibilidad de una segunda oportunidad, de emocionarse, de gozar, de desear, y quizá de superar aquella amarga sentencia, o predicción: «cuando el amor nos deja, la muerte nos alcanza» .
Como ya lo ha hecho en otras ocasiones, Esther Tusquets, una de nuestras narradoras más inteligentes, menos previsibles, nos sorprende y seduce con un inesperado salto sin red, una pirueta fascinante, que nos lanza desde lo que inicialmente se ofrece como una hermosa y melancólica travesía por el haber sido, a los renovados alborotos y alborozos de la vida y el deseo.