No Ficción discurre por las orillas de la conducta cotidiana, al hilo de los amores insoportables o efímeros, de las alternativas del dolor, la belleza o el silencioso tronar de la muerte. Todo ello con un tratamiento que deshace en partículas los reveses y estima el gozo, grande o pequeño, con un valor y primor semejantes.
La idea de que lo trascendente y lo contingente ocupan lugares claramente separados o que lo importante y lo trivial pueden distinguirse con toda nitidez, se contradice con la experiencia inmediata de cada día. A menudo la tristeza se corresponde con una adversidad objetivamente menuda, como también la euforia o la confianza en uno mismo obedecen a una tesitura tan ligera como simbólica. En estos trances sin ordenación se consume, sin embargo, la existencia, para bien o para mal, para autodefinirse episódicamente o para dejar de nombrarse, para creer o para recapacitar de nuevo.
El hilo del libro sigue la línea de un percance físico relativamente común que se ramifica en variadas anécdotas observadas bajo una óptica de aumento, en homenaje al privilegio de vivir y sus recreos sensoriales en la estética, la automoción, la comunicación o el sexo. Así, la narración no discurrirá por una vía unívoca al modo de la obra predeterminada, sino que se ofrece como una rama que estrecha la mano del lector, con quien interactúa. Todo ello dentro de una opción literaria que elige la viciosa realidad como alternativa al abuso de ficciones y la no ficción como la forma idónea de mentira.
Pequeños ensayos ensamblados al pie o al frente de la anécdota componen un libro de una factura singular. Este texto no se adapta al cine ni a casi nada que no sea la degustación de su divertida, inteligente y propia escritura. El texto, en fin, se respeta a sí mismo como una piel biológica y no se tiene como pretexto, disfraz o apoyo subsidiario sino como el medio óptimo y exclusivo para referirse a la peripecia personal donde el ejercicio de escribir es tan exigente como decisivo para husmear sus fisuras.