«Yo reunía los requisitos necesarios para alcanzar la fama: mi padre nos había abandonado para irse a vivir con una mujer mucho más joven que él, mi madre se encerraba en el dormitorio con el hombre que había realquilado la habitación y mi hermano estuvo durante algún tiempo con la chica que yo amaba. Sin embargo no me sentía desdichado, al contrario. Mi tristeza era una pose, una forma de llamar la atención, una condición ineludible para convertirme en escritor.»
Quien así habla, con voz susurrada, es el narrador de Pacífico, testigo de una novela familiar en la que, de puertas adentro, mientras afuera se hace el primer trasplante de corazón, el hombre conquista la luna o un jefe de gobierno vuela por los aires, se van acumulando desgracias. Si la intimidad es aquello que no se debe compartir, porque nos debilita, porque al compartirlo quedamos desprotegidos, Pacífico es un relato íntimo que, al hilo de los hechos que narra, hurga en las entrañas de sus personajes con una delicadeza excepcional, hasta convertirlos en seres inolvidables maltratados por la vida. Los componentes de la familia de esta novela han vivido en la inopia, pero la realidad es un enemigo lo suficientemente hábil como para sacarlos de ahí a golpes rotundos. Un padre que pagará muy caros sus amores con la dueña de una perfumería, una madre que ha impuesto entre ella y sus hijos una especie de grueso cristal, un hermano que construye barcos en miniatura y al que destruirá una casualidad tan verosímil que sólo podrá creerse cuando suceda otra vez (pero para entonces ya nada tendrá arreglo): éstos son los mimbres con los que Garriga Vela ha compuesto, con prosa veloz y contundente, este relato, lleno de espléndidos personajes secundarios, que nos muestra a una comparsa de seres frágiles en manos de un destino al que le gustan las bromas macabras.