He traído sólo una maleta ligera. Pero habrían podido ser más y más pesadas, porque el viaje fue corto. Ocho manzanas: novecientos noventa y dos metros, según el ticket electrónico del taxi. Nadie me despidió ni cerró tras de mí la puerta de casa, nadie me acompañó o mucho menos siguió mis pasos. Sí me esperaban, en cambio, a la llegada: reservado a mi nombre el cuarto donde iba a pasar la noche. Así empieza el enésimo viaje de un crítico de hoteles con años de oficio a las espaldas. Vaga por su propia vida ligero de equipaje, y sabe que moverse mucho no basta para sentir que se avanza.
Esa noche espía por error una escena extraña en la habitación contigua. La pareja vecina interpreta sin ganas un curioso ritual erótico, dirigida por una mujer que da muchas órdenes pero pocas respuestas. Intrigado por ella y decidido a encontrarla, se embarca sin saberlo en una travesía de final incierto. De ciudad en ciudad, de hotel en hotel, de alcoba en alcoba, acabará descubriendo que en el fondo todas las persecuciones son huidas disfrazadas.
La mirada que prende y niega el deseo, el temor a alcanzar lo que se acecha, los objetos que callan su mensaje cifrado, la sensación de pasar por el mundo como por los salones y pasillos de un vasto hotel sin huéspedes. Al final cazadores y presas se confunden en una búsqueda apasionante que empieza, como todas, con una ojeada inocente a través de una cerradura. El viaje alrededor del cuarto puede arrastrar muy lejos, y ya lo avisa uno de ellos: «El ojo es una herida abierta.»
Con La vida de hotel Javier Montes confirma la calidad de una de las voces más personales de su generación. Reencontramos su humor esquivo, su talento para las atmósferas ambiguas, su gusto por las fábulas y las máscaras. Y sobre todo su pulso para retorcer una historia trepidante, en la tradición del mejor suspense, hasta convertirla en una parábola tenebrosa de muchas lecturas posibles.
Un autor imprescindible en la nueva narrativa española: «Javier Montes no es nada inocente. Ofrece historias de apariencia cotidiana sin que nos desoriente su complejidad estructural. Se decía que André Gide era el más grande novelista enemigo de la novela. No digo que Montes sea ese novelista gideano. Pero lo que propone desde dentro de la novela clásica es una renovada visión del género. Maneras singulares de armar historias de nuestros días.» (J. E. Ayala-Dip, El País).