Todos somos distintos pero, al mismo tiempo, estamos unidos por conexiones profundas. Al conocer y crear contigüidades y distancias, proximidades y mestizajes, se ejerce aquel arte de la convivencia que resulta del realismo político y de la espereanza. Se trata de la convivencia de multitud de civilizaciones o universos culturales, religiosos y políticos, sin miedo a las identidades. Tomar conciencia de esa necesidad es el principio de una cultura compartida.