El Golfo constituye un espacio único no sólo por su heterogénea conformación geográfica sino también por su historia y cultura. En su centro se asoma Nápoles, antaño capital borbónica, célebre por la pizza, O Sole Mio, sus mil caras y contradicciones, y su complicada relación con el Vesubio, cuyas cenizas sepultaron Pompeya y Herculano. Tal como narra Virgilio en sus mitos, no menos impetuosa fue, en la franja norte, la actividad de los volcanes de los Campos Flegreos y, ya en el mar, de Ischia. Al sur, se yerguen los frondosos montes Lattari que conforman el brazo donde se asientan la costa sorrentina, alabada por Caruso, y la amalfitana, hábitat exclusivo protegido por la Unesco. Enfrente, entre las aguas, surge Capri, cuya gruta Azul y los farallones cautivaron a Tiberio, Augusto y, aún hoy, a personalidades de todo el mundo.
En menos de 50 kilómetros se pasa del rojo fuego de los volcanes al verde de los montes y a los diversos azules del mar: colores vivos, turbulentos, capaces de dar vida a lugares que, desde siempre, han seducido irresistiblemente a grandes viajeros y civilizaciones.