Se metamorfoseó nuevamente. Se miró en la pared espejada. Recobró su silueta de mujer. Estaba desnuda, era totalmente lampiña. Su cabeza era calva, y no tenía vello en las axilas ni en el pubis. Su piel roja era una llamarada. Por la pared de cristal no se veía el mar, sino el espacio. Aunque el gran océano que había atravesado era metafórico, esta versión visual de la Rueda parecía real. En cierto modo, estaba en el interior del monumento funerario que esa raza había creado para almacenar su mente, digitalizada antes de suicidarse.
Avanzó por el pasillo octogonal escoltada por su reflejo llameante.