Mosquitos (1927) nos descubre un Faulkner inesperado y plenamente disfrutable que por momentos puede hacernos pensar en Scott Fitzgerald. La novela es una sátira del mundillo artístico de Nueva Orleáns que tanto frecuentó el escritor en su juventud y, en ese sentido, el excelente prólogo a cargo de Justo Navarro ofrece las pistas para poder leer en clave el texto.
La señora Maurier, protectora de las artes, invita a un nutrido y excéntrico grupo de artistas, intelectuales y prohombres de Nueva Orleáns a pasar unos días en su yate y navegar plácidamente por el lago Pontchartrain y el inevitable Mississippi. Pronto la cubierta del Nausikaa se ve poblada de escultores, poetas, novelistas, diletantes y alguna que otra lolita, pero el encuentro entre exquisitos rápidamente deviene farsa. A través de unos personajes frívolos, ociosos e intrigantes, básicamente fútiles y mediocres, Faulkner nos presenta su peculiar visión sobre la jet-set sureña de la época, a la que fustiga sin piedad. La cháchara incesante de esta camarilla es parangonada al insufrible zumbido de esos insectos diminutos y obstinados, legión inevitable y odiosa, que asolan nuestros veranos y dan título al libro. Tras el dardo afilado de Faulkner subyacen reflexiones nada cómicas sobre la creación, la vejez y el deseo.