La narración, de rara intensidad, se abre en 1933 con los primeros balbucientes pasos en la casa familiar y acaba en mayo de 1945, cuando, ya en plena adolescencia, Alberto es espectador de acontecimientos que lo marcarán de por vida: los bombardeos de la población civil, la salida de Roma de las tropas alemanas y el posterior descubrimiento de la terrible masacre de las Fosas Ardeatinas,la entrada del ejército americano y la esperanzadora conclusión del final de una guerra que abre las puertas de un mundo nuevo.
Paralelamente al universo urbano de Roma, Asor Rosa nos presenta otra cara de la sociedad civil: el pueblo de Artena, un mundo rural en vías de extinción en el que las costumbres y las formas de vida de los hombres están tan unidas a la tierra como los escasos árboles y animales que los acompañan y comparten con ellos sus penurias. Dureza ancestral sí, pobreza también, pero también irreemplazable recuerdo de una libertad perdida, de una dignidad en el trabajo y en las relaciones familiares, de un contacto casi místico con las raíces.