Dos casas que nunca fueron un hogar son los escenarios en que se recrea la memoria del protagonista, un pianista que ha alcanzado el éxito en escenarios de todo el mundo. Sus evocaciones de esos espacios –una mansión en el campo, cerca de Lucerna, y un apartamento en París– le llevan, en primer lugar, a su padre, violonchelista que siempre supo que su hijo sería mejor músico que él y cuyos secretos y ausencias marcarán el final de la adolescencia del protagonista. Por los meandros de su memoria desfila también Lucienne, la niñera, a quien nunca quiso y que fue capaz de empuñar una pistola contra él, y la misteriosa Madame Detrez, quien encuentra en el pianista a un peculiar confidente. También es invocado su maestro, don Savine, amigo del escritor Alberto Savinio, que le condujo, por breve tiempo, por senderos que rozan la espiritualidad. Por último, la madre, que murió al darle a luz y cuya tumba, en Praga, constituye un punto estable de su geografía personal. Los amores de todos ellos, humanos o místicos, constituyen los peldaños de una trayectoria vital que desvela, nota a nota, acorde a acorde, las melodías de una vida entregada al arte, tal vez el único hogar.