¿A qué se debe la fascinación que Charles Citrine todavía siente por su difunto amigo Von Humboldt Fleisher, un extraordinario poeta, de obra escasa y notoriedad pública prácticamente inexistente? La única explicación tal vez se remita a que ®la cantidad de personas que se toman en serio el Arte y el Pensamiento en Estados Unidos es tan reducida que incluso aquellas que no llegaron a nada son inolvidables¯. se es un motivo de auténtico peso para Citrine, un escritor que vive de un antiguo éxito, y al que le cuesta congeniar a los Platón, Rudolf Steiner y Walt Whitman que pueblan su mente con los matones de poca monta, las sangrantes demandas de divorcio y las amantes demasiado jóvenes que complican su vida real. Charles Citrine intenta conjugar su permanente aspiración a una conciencia superior con los innumerables problemas prácticos que le provoca su inconfesada admiración por los hombres de acción, como el mafioso Rinaldo Cantabile, o Julius Citrine, su triunfador hermano, y deambula por el Chicago de los años setenta como un moderno peripatético, con la sensación de que sólo su añorado Humboldt podría sacarlo del marasmo en que se encuentra.