En esta novela no ocurren grandes cosas. Se trata más bien de lo que Stanislavski dio en llamar "la verdad interior", "la verdad de los sentimientos". Sentimientos, en este caso, de amor, un amor elevado, poético, entre un director de orquesta ruso y una española, esposa de un diplomático francés, en plena vigencia del "telón de acero" y de la "guerra fría", cuando a los rusos les estaba vedado salir al extranjero y ya comenzaba a apuntar el antistalinismo, aunque todavía no había disidentes. Todo ello sobre el fondo de la gran música clásica y la espléndida naturaleza de las afueras de Moscú, en las cuatro estaciones del año, empezando por el incomparable invierno ruso. Dejándome quizá arrastrar por la profunda admiración que me inspiran los autores rusos, pues pocos escritores se pueden comparar con los rusos en el arte de despertar la belleza del alma, del humanitarismo, de un profundo e infinito respeto hacia la dignidad humana, la trama de mi novela gira en torno a ese amor, un amor accidentado, complejo, imposible al principio y con grandes problemas después, cuando ella queda viuda. Problemas que se derivan de la enorme dificultad con la que tropiezan ambos protagonistas para franquear la muralla que se interpone entre sus dos vidas: las fronteras del implacable papeleo de la burocracia y los "telones de acero", erigidos por las armas, que impiden que las ideas y las personas puedan moverse libremente y volar como los pájaros, la música y el viento.