Acumular diamantes como quien acumula eso, como quien acumula simplemente diamantes. Simplemente temblando de lujuria, de avaricia, de gula, de piedad o de fiebre o de miedo. Es posible temblar por muchas cosas y es posible pasarse media vida temblando como hoja caediza, como perro mojado, como reo de muerte, como enfermo de baile de San Vito (con baile de sambito, dirás tú), como anciano con síndrome de Parkinson. Simplemente se tiembla. Eres un santo y tiemblas cuando el verdugo infiel toma la gumia con que ha de degollarte y le tiemblan los belfos de placer, la mano no, los belfos o el escroto o la espina dorsal. La mano no le tiembla, no le puede temblar, pero el temblor existe, su temblor es el tuyo y el temblor de su escroto miserable puede ser tu temblor, el de tu cuerpo feble coronado con la dulce aureola de los santos en algún puerto sucio de Oriente. Pero no eres un santo, no te engañes, no intentes engañarnos, y tampoco un verdugo, eso tampoco, desde luego que no, ni una cosa ni otra. Ni carne ni pescado, que diría tu padre si le fuese posible decir algo, aunque a decir verdad él nunca fue demasiado hablador: un hombre serio, dicen, de una pieza, te lo recuerdan siempre, son así, si no te lo restriegan no descansan, da igual, estás acostumbrado.
José Fernández de la Sota nació en Bilbao en 1960. Periodista y escritor, autor de nueve libros de poesía, además de narrativa y ensayo. Con su obra Te tomo la palabra, obtuvo el Premio Alonso de Ercilla de Poesía y quedó finalista del Premio de la Crítica. De su producción destacan títulos como La gracia del enano (Renacimiento, 1994), Material de construcción (Hiperión, 2004), Cumbre del mar (Hiperión, 2005) y Vacilación (Bassarai, 2009), entre otros.