Mejor quisiera estar muerto es el cuadro expresionista y vivaz de un mundo pluriforme, pluriético y absolutamente informal de una sociedad aglomerada, sin más frontera ni más ley que el autoritarismo represivo y el castigo como principio y fin de la forzada convivencia.
El relato transcurre en el penal del Puerto de Santa María en el período más turbio y siniestro que siguió a la posguerra. El penal se convirtió en un almacén de reclusos peligrosos en el que se mezclaban fuguistas, atracadores, terroristas, bandoleros cargados como alimañas, delincuentes comunes de todas clases y presos políticos, muchos peligrosos por su actitud insumisa, organizadores de plantes y rebeldes contumaces.