Una obra maestra en una edición renovada.
Al abrir El cuaderno gris es mucho lo que puede asombrar al lector: una conversación cazada al vuelo en un café; una sentencia (casi un aforismo) oída o pronunciada como por casualidad, capaz de condensar el sentimiento de toda una época; la sucinta y emotiva descripción de un paisaje; descarnados apuntes de crítica literaria; un afilado juicio político, hilvanado en medio de consideraciones sobre el tiempo, la higiene, la salud, las mujeres o la gastronomía… Todo esto y mucho más contiene el dietario que Josep Pla (Palafrugell, 1897-Llofriu, 1981) escribió entre marzo de 1918 y noviembre de 1919, siendo un joven estudiante de Derecho al que el cierre de la universidad, a causa de la Gran Guerra, obliga a interrumpir sus estudios en Barcelona y regresar a su pueblo natal, donde se entretiene, con constancia de grafómano, en escribir sus impresiones sobre el día a día en un cuaderno gris. Observador minucioso, Pla proyectará a posteriori sobre sus apuntes de juventud, laboriosamente reelaborados, toda una vida de corresponsal —El cuaderno gris acaba justo antes de que el joven Pla parta hacia París, el primero de sus destinos en el extranjero—, ya sea en Francia tras el fin de la guerra, en Roma durante el despunte del fascismo o en el Madrid de la Segunda República. Tras un período retirado de la vida pública, en los años cincuenta retoma los viajes porel mundo a instancias de Josep Vergés, histórico editor de Pla en Destino, quien también le convencerá para editar su obra completa, 46 volúmenes que se abrirán en 1966 precisamente con este libro.
Traducido años después al castellano por Dionisio Ridruejo y su mujer, Gloria de Ros, El cuaderno gris llega hoy hasta nosotros revisado por Narcís Garolera, catedrático de Filología Catalana de la Universitat Pompeu Fabra, y vuelve, así, a lucir como lo concibió Pla: un libro de vida que es también valioso testimonio de una época y el mejor exponente de la obra de uno de los más grandes de la literatura catalana.