Muchos hombres, en un momento determinado de sus vidas, pueden llegar a sentirse Napoleón y creerse vencedores de batallas en las que ni siquiera han participado. Son soldados rasos que no se resignan al anonimato del pelotón y que, a niveles inconscientes, prefieren identificarse con un Napoleón triunfador.
Llevando esa devoción a límites patológicos, no faltan incluso quienes renuncian para siempre a su verdadera identidad para identificarse con ese Napoleón, considerado como símbolo del poder. Hablamos ahora de los famosos delirios napoleónicos.
Puede que actualmente no se den tantos delirios napoleónicos como antaño. Nos parece, sin embargo, que hay algo que no ha cambiado: hoy como ayer, existe una continuidad entre la psicología normal y la patológica. Lo que diferencia al hombre normal del alienado es tan sólo una cuestión de grado.
Los hombres considerados «normales» delatan su desequilibrio en momentos puntuales y de forma matizada. Nos obligan, por así decir, a leer su locura entre líneas. Los dementes, por su parte, se exhiben sin el menor recato, dans toute sa nudité.
Éste es el caso del protagonista de esta novela: a pesar de la voz responsable que le interpela desde lo más profundo de su conciencia, Hilario se cree Napoleón, se inventa interlocutores palaciegos, y de vez en cuando sale al balcón de su casa para contemplar la ciudad extendida a sus pies, del mismo modo que el Gran Corso, desde lo alto de una pirámide, contempló a sus soldados acampados a las orillas del Nilo.
Una nueva novela de Javier Tomeo, y por tanto una obra sorprendente, imaginativa y estupendamente escrita.