En la línea de El bandido doblemente armado, su primera novela, y de Todos mienten, Soledad Puértolas, una de las mejores escritoras españolas contemporáneas, configura un personaje masculino que vive a la búsqueda de algo, una meta aún sin definir. El narrador, Mario, a las puertas de la madurez, cuando ya se han vivido experiencias importantes y queda, a la vez, mucho por aprender y descubrir, mira hacia atrás y, dentro de una percepción oscura del mundo, encuentra un halo de luz alrededor de muchos episodios, de muchos momentos, de muchas personas que se han cruzado con él.
Evoca los encuentros con Marta Berg, la madre de su mejor amigo. Mario se enamoró de ella en plena adolescencia, cuando la señora Berg era el mito de la vecindad. Luego, la vida se encargó de deparar extraños encuentros entre ellos que dieron lugar a largas conversaciones. Los encuentros de Mario con la señora Berg, la mujer de sus sueños, marcan la evolución de Mario y quizá representen la ausencia, ese algo que siempre falta en la vida y que, a la vez, es lo que nos hace avanzar, seguir buscando.
Desde el bar de enfrente del piso de sus padres y del piso de los Berg, poseído por el presentimiento de la muerte de su madre, Mario se encuentra sumergido en una oscuridad luminosa, ve la otra cara de la desesperación. Observa y espía los movimientos que se producen en el portal de enfrente, en el bar, en la calle, en su propio interior. Observa su propia vida y encuentra algunas emociones intactas. Observa la lluvia que cae sobre el asfalto y, sin cerrar los ojos, en medio de la luz cegadora del bar, ve los abismos tenebrosos de la vida y aún vislumbra las cimas.
Una novela de espléndida madurez en la que Soledad Puértolas alcanza y aun supera el altísimo nivel de sus últimos libros, Una vida inesperada y Gente que vino a mi boda, tan celebrados por la crítica y los lectores.