El día 19 de noviembre de 1975, el dictador Franco agoniza y, al compás de su agonía, se van escribiendo las reglas de un juego: el de la lucha por el poder, que por su naturaleza imprevista coloca todo acto al borde de un precipicio. A él se asoman los personajes de La caída de Madrid, y cada uno de ellos enfrenta el futuro con el grado de incertidumbre, de certeza o de frivolidad al que lo condena su pasado, en un intento de salvación (y, acaso, de traición: su reverso).
Juega aquí un papel primordial, como contrapunto que sostiene una estructura narrativa compleja, la dialéctica de clases sociales, a partir de la cual se narran las vidas de personajes que se entrecruzan a través de diversas tramas que crean esa ilusión de vida a que debe aspirar toda novela.
Así, el peso de los estragos del tiempo y el recuerdo de la infancia del empresario don José Ricart; el miedo del comisario Maximino Arroyo cuando contempla su futuro en el de los pides, los policías portugueses, y enloquece, al mismo tiempo, por el amor de Lina; la renuncia del profesor Chacón a una España que ya no le pertenece a su vuelta del exilio; las contradicciones del universitario Quini, debatiéndose entre su pertenencia a una clase social y sus devaneos ideológicos; la astucia y el oportunismo de Taboada, subiendo finalmente al barco que llegará a puerto; el descubrimiento de la propia fragilidad por parte del obrero Lucio, sin punta de fusil en la que apoyarse, la tarde de ese 19 de noviembre, abandonado a la intemperie como un «animal sin piel».
Novela de estrategias personales, de pactos colectivos que acaban en el sumidero del egoísmo y de la traición, La caída de Madrid es coherente con la anterior obra de Rafael Chirbes en la medida en que plantea una vez más su rechazo a pasar la página de la historia y se muestra a favor de un detenimiento en el pasado para explicar el presente. Pero también constituye un avance en su carrera literaria, en la búsqueda de una prosa nítida, que trata de cortar esos hilos de complicidad entre el lector y la narración que, a menudo, sólo son trampas que deslumbran a quien lee y lo adormecen en un pacto culpable.
Novela que organiza el pesimismo, tal y como le pedía a la literatura Walter Benjamin, La caída de Madrid es un ejercicio de desconfianza, una relectura necesaria de nuestro pasado más inmediato, con el afán de devolver la novela a un espacio de realidad donde no cabe lo contemplativo y, al mismo tiempo, de proponer que sólo desde el reconocimiento de la barbarie es posible volver a levantarse. Una novela excepcional, pues, en muchos sentidos, por un autor cuyo último libro, La larga marcha, lo convirtió en uno de los novelistas indispensables de nuestro tiempo.