Eduardo Alibrandi vuelve a una Granada mítica, adonde nunca iba a volver, para el entierro de su primo, que fue también un Eduardo Alibrandi. Y esta indagación que el superviviente nos cuenta y se cuenta es un mundo de historias familiares, de amores ocultos y fascinaciones que se repiten de una generación a otra, y de hombres que siempre han tenido frente a sí a Otro (un amigo o un hermano), que era su figura en el espejo, su doble, su verdad o su mentira. Un espléndido relato, sostenido en una estructura deslizante que se va abriendo en capas, amenazando con revelaciones que son ocultamientos que son revelaciones, El alma del controlador aéreo es una hermosísima novela en la que hay un crimen (¿pero no hay siempre un crimen en el corazón mismo de toda novela familiar, aunque sea imaginario?), y alguien, quizá «un monstruo que se alimenta del amor que sus víctimas sienten por alguien que no es él», cuenta su propia historia como quien lanza al aire una moneda terrible: si cae de cara es mentira, si cae en cruz es verdad.
Justo Navarro, tras Accidentes íntimos (Premio Herralde de Novela, 1990) y sobre todo La casa del padre (1994) fue considerado por la crítica más exigente como uno de los mejores novelistas de su generación: «Una novela que confirma a Justo Navarro como narrador de excepcional calidad y exigencia», según escribió en El País Ignacio Echevarría. El alma del controlador aéreo demuestra que nos hallamos ante uno de los escritores españoles de mayor rango, ya sin etiquetas generacionales.