La eterna y rabiosa lucha entre la cabeza y el corazón, entre las pasiones y la inteligencia. La historia de un hombre, obsesivo y refinado, que explora su propio infierno, hasta encontrarse con la crueldad de la infancia y la perversión de la adolescencia. La odisea de un personaje, cuyo nombre no llegará a conocerse nunca, que intenta poner orden a sus pasiones, rebelándose frente a ellas y relatándolas hasta construir un sistema.
Mediante un suspense hábilmente sostenido, esta minuciosa y cáustica investigación se desarrolla en la frontera de la locura, en el retorno al paraíso de las sensaciones primordiales y en el desdoblamiento de la personalidad, uno de los grandes temas que la obra plantea. En la identidad ambivalente del protagonista radica gran parte de la ironía que sustenta el argumento, hiriente y malicioso, lleno de un humor sarcástico y contumaz en el que late mucha de la cultura literaria de este siglo. ¿Podéis imaginar a Musil y a Nabokov escribiendo en comandita?
En esta singularísima novela hay un conocimiento prodigioso del espíritu humano, que es analizado en sus mociones más íntimas y ocultas sin detenerse ante secreto alguno; y hay, sobre todo, una extraordinaria sabiduría del amor, tanto en su dimensión erótica como en la espiritual. Una bofetada a los bienpensantes. Una auténtica teoría, con sorprendentes hallazgos estilísticos, del encuentro de los cuerpos y de las almas que se aman. Un libro melancólico y mordaz que saca la lengua, lírica e irreverentemente, a la entera historia de la filosofía.
Al finalizar Las ideas puras no podemos sino preguntarnos quién se esconde tras el nombre de Pablo d'Ors: ¿un intelectual?, ¿un agitador?, ¿un enfant terrible?, ¿un jesuita de las sensaciones? Hacía falta esta crítica jugosa y despiadada al idealismo; alguien tenía que atreverse con esta radiografía de los sentimientos y los instintos.
Con esta novela excepcional, Pablo d'Ors confirma y aun supera las grandes expectativas que había despertado su libro de relatos El estreno.