«Labia» es -según el diccionario de María Moliner-«la habilidad para decir cosas agradables o convencer con palabras.» O dicho de otra manera: el arte de relatar. Más que una narración lineal, Labia es un libro de voces. Una polifonía de voces que cuentan historias, a través de las que el protagonista de este texto, un muchacho, conocerá la existencia de una pequeña papelería de barrio en el Madrid de los años 70, dirigida por tres hermanas «listísimas», una de las cuales, «la hermana Gallardo de en medio», le enseña caligrafía y le cuenta una leyenda medieval protagonizada por el emperador Carlomagno, la princesa Mármara y un libro mítico; asistirá a las clases particulares de dibujo y pintura, impartidas en su propio domicilio, del profesor Linaza, su ama de llaves y un perro arrinconado que parecía -o es- una oveja disecada; sabrá de los apuros que pasa un escultor en París, víctima de una conspiración de boy scouts, y de las circunstancias que rodean la biografía del diminuto Óscar, que no podía crecer.
Todo ello envuelto en música, en ecos, en una voz multiplicada que, además, de cuando en cuando se pierde, relega a otra voz el curso de la narración, se recupera y, de nuevo, le gusta extraviarse, siendo siempre la misma voz y siempre otra, siempre modificándose. Una voz con la que se aprende a mirar y que recompone el mundo, la memoria, las cosas, en una atmósfera de melancolía alegre, de alegre tristeza.
Narrativa de lo mínimo, Labia casi no tiene suelo, está hecha de una materia aérea y maravillosa que sólo es posible gracias a una poética de la mirada, a un ajuste hipnótico entre palabra y objeto que desemboca en una defensa de la creación, la escritura y el arte como formas de salvación y reconstrucción del mundo. Estamos ante un libro emocionante que consagra definitivamente a Eloy Tizón como a una de las miradas más personales y sugerentes del panorama literario actual en lengua española.