Exhortaciones morales, máximas para la supervivencia, instrumento pedagógico, pero también tentativa de comunicación del ser humano con la naturaleza, las Fábulas de Jean de La Fontaine trascienden una tradición que hunde sus raíces en la Antigüedad y beben de diversas vertientes literarias, para entregarse a la poesía con mayúsculas.
Presentadas por primera vez en París en 1930, las ilustraciones de Marc Chagall para las Fábulas provocaron virulentas reacciones, tintadas de abierto antisemitismo, por parte de algunos críticos de la época: «¿Cómo un judío eslavo osaba acercarse al alma latina?», se llegó a sugerir. Mientras, otras voces descubrían un nuevo lenguaje, onírico y colorista, que recogía gran parte de los avances de las vanguardias y mostraba la necesidad de revitalización de la cultura francesa del período.