El maharajá Asikh, de Nueva Dehli, India, estaba loco de contento. El primer ministro le acababa de regalar un elefante. A 7.500 kilómetros de distancia, en la ciudad de Barcelona, Bartolomé Ventura también estaba loco de contento. En el cole, Toñina Grau le había regalado una caja de cartón con veintiséis gusanos de seda.