La memoria nos construye: vivimos el presente tomando los recuerdos, y el origen, como punto de referencia. ¿Qué sucede cuando aquello que deberíamos sentir como propio se entiende como ajeno? ¿Y cuando ese pasado no forma parte de nosotros, sino que lo percibimos como cierta ficción? Ese algo que sucede toma cuerpo en la poesía de Natalia Litvinova, en Siguiente vitalidad, y se nombra con palabras extrañas —Gómel, isbá, Chernóbil— que la autora invoca y transforma en amuleto. Litvinova ha escrito un libro emocionante sobre la sensación del exilio, y sobre la necesidad de encontrar un lugar propio en la historia.
«Es joven y ancestral: no hagamos cuentas. Sus poemas tienen el misterio de la sencillez, que es lo contrario de la simpleza. (...) Litvinova es bielorrusa y argentina y perfectamente extranjera, igual que todo el mundo. No exhibe teorías, solo temblores. No sabe dónde está, bendita ella. La única certeza que tiene es el talento» (Andrés Neuman).
«Una poesía de frontera: entre el sueño y la memoria, entre la sensualidad y el sufrimiento, entre la infancia y un ahora al que le brotan poemas» (Piedad Bonnett).