«Noto cómo me rozan el progreso, el liderazgo, el éxito / y, sin embargo, si hubiera aquí un banquito me sentaba / a mirar, a ver pasar a gente que entra y sale / de sitios». La carcajada que pudiera despertarles la escritura de Mercedes Cebrián —con su ironía fina y ácida; con ese sentido del humor que se entiende, más bien, sentido del dolor— acaba revelándose como una mueca amarga: Malgastar es un manifiesto contra lo que derrochamos. Con su escritura, Mercedes Cebrián nos protege de la estupidez, quiere salvar nuestra inteligencia, tocarnos en el hombro para avisar de que quizá hayamos escogido el rumbo equivocado. ¿Poesía social? Sí, por favor; pero no solo eso.
Decir que no hay nadie que haga las cosas que hace Mercedes en el panorama literario español es una frase que parece mentira de puro cierta, o de puro trillada. Se ha dicho ya que había tantas personas que eran los únicos en hacer algo en tantas partes (comerse cincuenta huevos, sumergirse a pulmón, invadir Polonia) que parece no decir nada que Mercedes Cebrián sea única en su especie. Y sin embargo lo es.