Proliferan los asuntos que a todos nos afectan pero de los que, al mismo tiempo, nadie puede o quiere hacerse cargo. ¿Cuál es la diferencia entre lo común y lo ingobernable, entre la responsabilidad compartida y la irresponsabilidad generalizada?
En un mundo en el que la economía está en buena medida desterritorializada y las interdependencias agudizan nuestra común vulnerabilidad, no hay otra solución que avanzar hacia una desnacionalización de la justicia y una gobernanza global.
Los bienes públicos comunes —la mutua exposición a los riesgos globales en materia de seguridad, alimentación, salud, financiera o medioambiental— requieren una correspondiente política de la humanidad.
Lo que podríamos llamar civilizar la globalización no es otra cosa que reinventar la política a escala global de manera que el mundo deje de tener propietarios y pase a ser un espacio de ciudadanía.