Cuando era un estudiante de medicina en la Universidad de Edimburgo, Arthur Conan Doyle frecuentó las clases de un profesor extraordinario, el doctor Joseph Bell. Bell no solo era un hombre con un enorme carisma y excelentes dotes comunicativas, sino también un médico dotado de una capacidad de observación infrecuente en su época. Para diagnosticar a sus pacientes se fijaba en detalles que cualquier otro profesional habría considerado irrelevantes —su profesión, su aspecto físico, su vestimenta, la manera de hablar y de moverse, e incluso sus hábitos de alimentación—, y que muchas veces arrojaban pistas valiosas para detectar cuál era el origen de una enfermedad. Conan Doyle se acabó licenciando y ejerciendo como cirujano, pero la impresión que le causó el profesor Bell tuvo un eco años después cuando empezó a darle forma a su criatura más popular, Sherlock Holmes, un detective con una intuición singular, observador, músico, químico, médico...
¿Cómo se creó Sherlock Holmes? Bell fue el punto de partida, pero el desarrollo y evolución del investigador privado fue algo mucho más complejo. En este libro, Michael Sims se convierte en un implacable detective literario para seguir de manera tenaz, y con una escritura amena y adictiva, el proceso de maduración de un personaje inmortal. Sims nos sumerge en la época en que Conan Doyle vivió en un entorno deprimido, rodeado de pobreza y violencia durante sus primeros años como médico en ejercicio; su acercamiento a los métodos de trabajo y las rutinas de la policía, la fascinación por la prensa de masas, el rígido código moral de la época victoriana y la moda de la literatura de folletín, aspectos que moldearon el carácter, el entorno y las condiciones posteriores de éxito de una fórmula de entretenimiento que causó sensación a finales del siglo XIX y que hoy mantiene el mismo vigor y atractivo de entonces.