Nadie sabía por qué, pero un alto muro separaba dos países. Los habitantes del lado bueno creían que los otros eran los malos, y a los del lado contrario les pasaba lo mismo. Hasta que un niño encontró un agujerito en el muro y cambió la vida de todos para siempre.
El niño rascó hasta que por el hueco pudieron pasar todos los niños y, más tarde, los reticentes adultos. Los pobladores de ambos países pudieron mezclarse y comprobar que todos eran muy parecidos. Y así vivieron en armonía, sin etiquetas que los clasificasen en buenos y malos y sin barreras absurdas que los separasen.
Un muro de piedra, alambre o, simplemente, la intención de construirlo son metáforas del odio, la intolerancia, los fanatismos, los prejuicios y el miedo.
La curiosidad y la inocencia de los niños, que no encontraban respuestas a sus preguntas, demostraron que el enfrentamiento y la desconfianza no tenían argumentos que los sostuvieran y el muro fue derribado completamente.
Un álbum con originales y divertidas ilustraciones arropan un tema serio que los adultos deberán tratar con los pequeños para enseñarles Historia e impedir que en ellos crezca un corazón mezquino.
Un libro para compartir desde la frontera del amor y la libertad.