Inspiradas en los modelos clásicos de Esopo y Horacio, las fábulas de La Fontaine constituyen una de las cumbres de la literatura francesa. Estas exhortaciones morales, tentativas de comunicación del ser humano con la naturaleza, beben de diversas vertientes literarias, orientales y occidentales, para entregarse a la poesía con mayúsculas. Sus protagonistas, animales antropomórficos, encarnan a la sociedad humana y revelan su alma con delicadeza maliciosa y sentido del humor.
Presentadas por primera vez en París en 1930, las ilustraciones de Marc Chagall para estos poemas provocaron virulentas reacciones, tintadas de abierto antisemitismo, por parte de algunos críticos de la época: «¿Cómo un judío eslavo osaba acercarse al alma latina?» —se llegó a sugerir—. Entretanto, la otra cara del público descubría un nuevo lenguaje, onírico y colorista, que recogía gran parte de los avances de las vanguardias y mostraba, a su vez, la necesidad de una revitalización de la cultura fran-cesa del período.