Del mismo modo que en Vidas imaginarias Marcel Schwob nos maravillaba inventándole las vidas a sus personajes más o menos ilustres, en Muertes imaginarias, Michel Schneider nos maravilla ahora fantaseando (o no) con las muertes de los suyos, llevando a cabo “treinta y seis paradas en las encrucijadas de la muerte” de escritores y escritoras reales e ilustres (más o menos), en las que reelabora, al margen de los manuales de historia de la literatura, las ridículas o campanudas, trágicas o cómicas, circunstancias postreras de cada uno de ellos, y juguetea a la vez con la verdad o falsedad de algunas de aquellas célebres últimas palabras en el trance de la muerte. De modo que tenemos treinta y seis relatos en los que la ficción y la realidad se amalgaman haciendo que el lector no pueda deslindar lo que corresponde a cada categoría. Pero qué más da. De hecho, ni siquiera va a inquietarle la cuestión, atrapado como se verá en la casi mágica relación que establece Schneider con sus escritores amados. Y con la Muerte, después de todo. Porque en el fondo, lo que trata esta obra es de reflexionar sobre la Muerte, así, a secas, y sobre el ser humano y su término en la tierra. Aunque también lo haga sobre la obsesión del escritor con la posteridad (“El escritor no escribe para no morir, sino para morir un poco más vivo”, afirma Schneider) o sobre nosotros, los lectores, que vivimos con ellos, con su yo creador, desde luego, pero también con su yo mortal. Y como estas reflexiones pudieran parecer algo sombrías, después de todo, Michel Schneider, con su apabullante conocimiento de los autores a los que trata (que provocará en el lector, seguro, un irrefrenable deseo de acudir a ellos) y con su poderosísima, gozosa, vertiginosa escritura, tiñe oportunamente la obra de poesía, de emoción, de alegría y, en no pocas ocasiones, de un enorme y oxigenante sentido del humor, incluso, convirtiendo así estos gloriosos retratos mortuorios en una sabia alegoría en la que es fácil reconocernos. A Muertes imaginarias se le concedió en 2003 el Premio Médicis y fue un éxito de ventas en Francia. Permanecía inédita en España.