Entre 1933 y los últimos meses de su vida, Simone Weil fue anotando en once cuadernos de tipo escolar y de parecidas dimensiones todo cuanto ocupaba su vida mental, ya fueran reflexiones al hilo de lecturas, citas, desarrollos de ideas en marcha, ya simples ejercicios de traducción (sobre todo de textos griegos e hindúes, etc.) o elaborados cálculos matemáticos, ya, en fin, meditaciones de carácter íntimo, a propósito del amor, de la amistad y de sus experiencias místicas, o intuiciones de un momento que al instante siguiente se convertían en fecundos y originales conceptos que han atraído la atención del mundo sobre su figura. Estos once «Cuadernos», conocidos también como los «Cuadernos de Marsella», que Simone Weil entregó a Gustave Thibon en la primavera de 1942 antes de abandonar Francia, podrían haber sido el origen de numerosos escritos, pero en su forma actual son abruptos y fragmentarios, pudiendo ser leídos como si se tratase de su obra completa en bruto, introduciéndonos de lleno en el interior de una meditación incesante, permitiéndonos atisbar la riqueza y complejidad del pensamiento y de los intereses de esta singular filósofa. Estamos ante el taller de la mayor pensadora del amor y la desgracia del siglo XX, en el rincón donde se recoge la última mística sin religión adscrita, en el laboratorio donde se nos descubren todas las raíces de su saber que se hincan en las civilizaciones pasadas y presentes, y beben de disciplinas como la física cuántica, la literatura popular o la filosofía de las religiones, alimentada por una febril curiosidad enciclopédica.
Dada su naturaleza, estas páginas están lejos de poseer la perfección formal de una obra literaria completamente pulida en todo sus pormenores. Tienen la vibración de lo que está hirviendo. Sus formulaciones están realizadas de un sólo trazo. Son apuntes inmediatos sobre los que la autora no volvía y dejaba, pues, sin corregir. Pero el precio que se paga en repeticiones o en construcciones a veces complicadas o elípticas, o en alusiones enigmáticas, se gana en viveza y espontaneidad. La lectura de los «Cuadernos» supone participar en el intenso proceso de creación de uno de los pensamientos más audaces y necesarios de nuestro tiempo.